Historias de un paguita, I. ‘Relaciones estelares’

Hay veces que necesitas explicar algo y las palabras adecuadas parecen escaparse de tus labios. En estos casos, mi cabeza se maneja con historias, ideas. Y me ha parecido bastante oportuno inaugurar una nueva sección (sí, otra más) para aquellas ocasiones en las que me suceda esto. Sin embargo, no tendrá tanto protagonismo como la sección base, ‘Diario de un paguita’, o como ‘BSO de un paguita’. Aun así, espero que disfrutéis y sepáis perdonar cualquier detalle que no os termine de convencer.

‘César llevaba una semana bastante especial. Mantenía una rutina estival: desayuno, limpieza, preparaba el almuerzo y toda la tarde libre para él. ¿No estaba mal, verdad? Pero todo cambió con la llegada de Halley. Halley, cual cometa, había deslumbrado a César, alterando su bien organizado horario. Las noche se llenaron con rayos de Sol, los días aparecían con estrellas aún titilando en el cielo. Venus y Marte, ambos compartían sofá sobre las nubes, observando cómo la vida continuaba girando.  Y ambos también se sobrecogieron ante la llegada de Halley. Sonrieron, se dirigieron una mirada cómplice y comenzaron a hacer apuestas.

Halley llenó y re-llenó cada segundo del día. Susurró y murmuró a cada minuto de la noche, mientras César seguía cegado por la luz. Tras media semana, decidió que Halley había traído cosas buenas a su vida: compañía, diversión, amistad, pero sobre todo, atención. César sintió, quizás por primera vez en su vida, lo que era recibir la atención de alguien como Halley. Bailaron con palabras, jugaron con metáforas, hicieron de las sílabas y el alfabeto su refugio particular. Y a ninguno les pareció mal. Pero, por supuesto, estas historias sólo tienen dos finales posibles. César salió una noche, se subió a su tejado y convocó a Venus para que le hiciese compañía una vez más. Ella, concediéndole el beneficio de la confianza, se materializó a su lado como siempre hacía y le escuchó con atención. Asentía, le miraba, le tomó de la mano y le habló con sinceridad, y esta vez fue el turno de César para escuchar, y lo más importante, pensar. Sonriendo, Venus besó a su compañero y volvió a su lugar en el universo, aún con ojo sobre el chico.

César bajó del tejado y volvió a entrar en la casa, donde Halley le estaba esperando, sonriente, sin contener su alegría. César siempre había sido una persona curiosa, y durante los días que pasaron juntos, asedió a preguntas al cometa. Sin embargo, y para su sorpresa, fue Halley quien le hizo una pregunta esa noche. César tosió, desvió la mirada y contestó con evasivas, aunque en su interior sabía que eso no distraería a su oyente. Finalmente contestó, con toda la sinceridad, y algo en su interior comenzaba a sentirse bien. Genial, de hecho. Estaba liberándose.

Pero todo acabó cuando vio la reacción de Halley. Mientras César hablaba, pudo observar los cambios en las facciones del cometa. Sonriente. Menos sonriente. Dubitativo. Ceño fruncido. Media sonrisa de nuevo,  pero ni de lejos tan luminosa como solía serlo. Y ahora Halley fue el que decidió hablar. Confesó a César su naturaleza de cometa amistoso, aunque un cometa algo particular. No tenía intención de irse, porque había visto algo digno dentro del hombre. César asintió, intentando mantener una sonrisa, siendo consciente de que no había quien se la tragase. Halley alzó una ceja, mirándole, y agarrándole de la mano, le dijo que sabía cómo se sentía, y César, intuyendo el discurso que iba a venir a continuación, explotó. Ya ni siquiera recuerda lo que dijo, ni cómo, tan sólo recuerda una gran pena durante esas horas. Las palabras fluyeron entre ellos, hasta que finalmente, la tormenta amainó. Halley supo cómo calmar a César, y éste supo ser agradecido, y asentir con amabilidad.

César sabía que los cometas pasaban, te deslumbraban y se iban. Pero jamás contó con la posibilidad de quedar ciego para siempre.’

Sensual pleasures have the fleeting brilliance of a comet; a happy marriage has the tranquillity of a lovely sunset.’ – Ann Landers.

Deja un comentario