Diario de un paguita, X. ‘Summertime (sadness)’

¡Muy buenas a todos! Sí, han pasado quince laaaaaargos días, y sé que me echabais de menos. No sabéis mentir… 

En fin. En realidad no sé muy bien en qué centrarme en esta entrada. Los días de veranos se me hacen eternos en esta casa y las veces que salgo están bien, pero no es como soñé este invierno que serían. No hay escapadas espontáneas, ni bronceado californiano (algo muy obvio, dado que la playa y la piscina ni las huelo, pero por quejarme que no quede), ni salir cada noche aunque sea a comer pipas en un banco. Lo más arriesgado que he hecho en un mes desde que acabé las clases ha sido comprarme un conejo, PRECIOSO, por cierto. 

Pues eso, a lo que iba, que los días son más largos que volver a tu casa andando de noche tras una borrachera. Otra cosa que también ha sido algo digno de mención fue el botellón que organicé el sábado pasado. Intenté que viniese mucha gente pero FAIL. Éramos pocos pero al final estuvo apañado – aunque siempre hay uno que bebe de más y claro.

Y de ahí ha surgido algo muy bonito. No puedo dar muchos más detalles, pero… AAAWWW. Me siento bien al saber que ayudé a nacer algo tan especial, independientemente de la importancia que ellos mismos le den o lo que pueda durar. No sé, en cierto modo, y quizás por la falta de amor en mi vida, valoro muchísimo más este tipo de situaciones de lo que cualquier otro podría hacer. Saber que por una casualidad del destino dos personas pasan por ese rito de miradas, sonrisas, cosquilleos y finalmente ese nervioso, inestable y volátil primer beso, es algo que me hace sentir realizado y me anima a confiar un poco más en la naturaleza humana, cosa que, seamos sinceros, últimamente es algo difícil.

No es la primera vez que ejerzo como celestino, ni mucho menos. Así, a ojo, creo que llevo unas 4 o 5 parejas (o conatos de éstas), de todo tipo de orientación sexual. Encuentro algo en el hecho de emparejar a gente que me hace sentir bien, como que aporté algo a sus vidas por lo que quizás podrán recordarme. Es una manera de permanecer, como un recuerdo latente subyugado a un enamoramiento con más o menos éxito, una manera de alcanzar la inmortalidad.

Tengo una fama (y bien merecida, la verdad) de cabrón, de que me gusta picar y discutir, de directo, áspero, frío, arisco. Y vale, es cierto, no puede negarlo nadie. Pero luego tengo esa otra faceta, que pocos reconocen, y es que en realidad me preocupo por mi gente, intento ayudarles, escucho, asiento, opino y vuelvo a escuchar pacientemente el final de la historia. Porque al final, me gusta ver a mi gente contenta y feliz. Y quizás no sean muchos los que pueda meter en la categoría de ‘por los que me desvivo’, pero los que son, lo saben y me han tenido en alguna ocasión completamente concentrado en ellos. 

Sólo espero que este verano traiga, además de las escapadas, la fiesta, las pipas y los emparejamientos, un romance estival para un servidor. No pido mucho, de hecho no pido nada de nada. Soy un chico paciente, pero incluso las piedras perdemos las ganas de esperar de vez en cuando.

Patience is bitter, but its fruit is sweet.’ – Jean-Jacques Rousseau.

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